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sábado, 11 de julio de 2020

Luz






No sabría decir cuándo empezó todo, si es que hubo un comienzo.
No sé dónde encontré el hilo que me hizo tirar y sanar por dentro. 

Sólo sé que dolió primero, y después busqué respuestas. 
Busqué en personas y en objetos. Busqué fuera y busqué lejos. 
Y a penas sin darme cuenta se alinearon los planetas. 
Y aprendí a interpretar mis señales y a mirarme en el espejo, 
a exponer mis gustos y mis decisiones, a cerrar puertas.
Aprendí a perdonarme.
Que entre querer y amar hay 7 letras (respeto).
Aprendí lo que me hace daño para alejarme.

Aprendí a cerrar los ojos, a escuchar mi respiración y mis latidos.
Y hoy sé que no es lo que veo sino cómo miro. 
Que no importa cómo otros me ven sino cómo me he sentido. 

Y ¿sabes qué? A veces también me pierdo. Y de eso, también aprendo. 
Y haber estado perdida me ayuda a valorar mi encuentro. 
Y a veces pido ayuda. 
Y otras soy yo la que ayudo, o al menos, lo intento. 
Y así, a veces náufrago y otras faro, también sigo aprendiendo. 

Y no sé dónde llegaré pero seguro que es bueno,
porque nunca antes sentí la paz que ahora estoy sintiendo.
Y esto debe ser encontrarse, o al menos, .... empezar a hacerlo. 

sábado, 27 de julio de 2013

Pies suaves



    Y es que tener los pies suaves es un estado del alma.
    Que ¿cómo lo hago?
    Tengo un secreto: 
    Cuando se apaga el día y el pequeño salvaje morfea, se esfuma mi energía y me derrito en el sofá. Entonces emerge él. Recoge la casa, apaga las luces, cierra la puerta con llave, me lleva a la cama... se pone una almendra de crema en las manos y me la extiende en los pies. Después se acuesta a mi vera y me abraza dándome las buenas noches. 
    Tengo los pies suaves. 
    Y el alma feliz. 

Al guapo que vive conmigo. 
Gracias. 

miércoles, 10 de abril de 2013

Yo sobreviví a un postparto

   



Y parirás con dolor...
     He llegado a la reciente conclusión (en mis propias carnes) de que al artista que escribió este fragmento del Antiguo Testamento se le olvidó terminar el párrafo, que siendo realistas debería continuar tal que así:
...Y después de parir te seguirá doliendo el útero cada vez que tu hijo mame
Y se te agrietarán los pechos
Y se desgarrarán tus bajos
Y te dolerán los remiendos
Y permanecerás meses sin dormir
Y tu cuerpo quedará deformado
Y no tendrás con qué vestirte
Y te obligarán a llevar faja para oprimir tu vientre
Y de la presión te saldrán varices
Y hemorroides
Y se abrirán los puntos
Y no podrás hacer tus necesidades
Y se te caerá el cabello
Y te embriagarás de hormonas que te impedirán razonar
Y te harán llorar a diario 
Y lo aguantarás todo sonriendo, porque estarás siempre rodeada de gente
que comentarán tu estado físico y mental
...

    Ay Dios mío, ¿y todo esto por una manzana?
    Como ya habréis adivinado mi ausencia en las últimas semanas se debe a que he estado muy entretenida dando a luz. Pero todo pasa, y hoy, casi sin creérmelo del todo puedo afirmar con voz temblorosa que hay vida después del parto.

    Desde aquí quiero enviar mucho ánimo a todas las mamás y futuras, porque sólo nosotras guardamos en nuestro interior el secreto de cómo dar vida sin morir en el intento.
...Y cuando llegue la calma y se duerma sobre tu pecho, sentirás el amor más puro que existe
y todo te merecerá la pena.
La foto está tomada del blog Pasito a pasito

martes, 12 de febrero de 2013

Puntualidad





    Hoy es de esos días en los que pienso que si hicieran un examen para permitir la maternidad estoy segura de que no lo aprobaría, entre otras muchas cosas, porque con toda probabilidad, habría llegado tarde. Da igual la fecha, las tareas previas, la hora del evento, el lugar... yo siempre llego tarde.
    Acabo de dejar al pequeño salvaje en la academia de inglés y me encuentro totalmente derretida. Sólo pienso en que tengo una hora por delante para recuperar fuerzas para el siguiente combate. Independientemente de las razones que tuviera, mi problema es que confío plenamente en mi capacidades a pesar de haberme demostrado a mi misma mil veces que son escasas. Así que diez minutos antes de salir me creía sobrada de tiempo para darle la merienda, lavarle y vestirle. ¡Ja! Al final salgo quince minutos más tarde y con las tareas en orden inverso. Resultado: zumo en el coche y pitando que es gerundio. El pobre niño se lo ha tomado con la precaución de que no se vierta ni una gota por miedo a mi mirada asesina y  mi vena de Patiño al cuello. Al llegar me bajo del coche con un bombo de siete meses (que parecen nueve), la mochila del niño, mi bolso y una de las dos muletas que me ha encomendado mi querido traumatólogo por aquello de proteger mi preciada cadera del peso del embarazo y así de paso hacerme estos dos meses más divertidos. Al abrir la puerta de atrás el salvaje se queda atascado en esa maravillosa silla de coche con mecanismo de cierre diabólico y con las prisas, no me preguntéis de dónde pero consigo sacar una mano y tirar del brazo de la criatura hasta conseguir arrancarle de las garras del dispositivo de marras.  Le planto en el suelo y me percato de que le falta un zapato que (menosmal) estaba en el suelo del coche. Me meto, me atasco y con toda mis fuerzas salgo con mi trofeo en mano. Sobra explicar lo complicado que es ponerse en cuclillas con el bombo, el bolso, la mochila y la muleta, dejando las manos libres para poner un zapato en un pie que acababa de salir lleno de tierra del hoyo de un arbolito donde los perros hacen buenamente sus necesidades. Le atuso, le beso, y le doy una palmadita para que corra a la clase con la mala suerte de que a los dos metros se tropieza (jocica, dirían en mi tierra) y mochila por un lado, niño por otro y la madre intentado levantarse para ir a socorrerle. Si algo tiene de bueno un salvaje es que por grande que sea la caída difícilmente llegue a ser dramática. Cuando llego, le sacudo la tierra, le atuso de nuevo y le abrocho bien el pantalón (todo ello con los pelos hacia arriba fruto de mi lucha personal en el coche minutos antes) y de repente me mira. Le miro. No puede ser...: "Mamá, pis" "AAAAAAAHG" Menos mal que la directora del centro ha salido a rescatarme (o más bien al niño) y me ha dicho que ella lo llevaba al "toillete". Pos-ala-a-"juir".
    No tengo moraleja. Sólo frustración. Quién sabe si algún día llegaré puntual y peinada a algún sitio... Os lo haré saber.

lunes, 8 de octubre de 2012

Paraíso




    Mi cuerpo viaja a él cuando puede.
    Mi mente se planta allí cuando quiere.
    Y escucha las olas, y siente el viento en mi cuerpo, y respira la sal.
    Y me deslumbra la luz de sus mañanas. Y me emociona el rojo de sus tardes.
    Y vuelvo a la vida real aletargada y plena.

¡Uhnm! Creo que ya me estoy escapando otra vez... ¿quién se viene?


Foto sin filtros ni modificaciones del escenario protagonista.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Fantasía de panchito




    Un panchito es la especialidad de una heladería artesana de mi barrio: sumergen una bola de helado en chocolate negro caliente. El resultado me quita el sueño y es que el chocolate es uno de mis vicios confesables. Por eso me llamaba bastante la atención ir a alguna sesión de esas que están de moda y que se engloban bajo el nombre de chocolaterapia.
    El día elegido esperaba impaciente en una habitación a media luz, con hilo musical, ataviada con un tanguita ridículo de papel al que intentaba ignorar, la llegada de la señorita que me iba a ayudar a cumplir uno de mis caprichos más deseados. Muy jovencita pero muyyyyyy habladora me embadurnaba en una crema negra con olor a chocolate mientras me contaba todas las propiedades beneficiosas del que para mí es el verdadero oro negro. Cuándo más encantada me encontraba, sintiéndome cual Cleopatra en leche de burra, me sorprendió la catástrofe. "Ahora te vamos a dar calor para que el chocolate penetre bien por todos tus poros" Partimos de que no me gustó mucho esa frase, pero en esos momentos una está entregada (yo creo que el tanga contribuye, te roban la autoestima y así te manejan a su antojo). Enchufó una especie de colchón de agua y cuando estaba a 1000ºC me envolvió en él y se fue apagando la luz: "Relájate que yo vuelvo en un ratito". Y me plantó allí en la circunstancia más ridícula que alcanzo a recordar: hecha un capullo y sudando como un pollo de feria. Intentaba entretener mi mente pero no dejaba de pensar si ese colchón de agua enchufado a la corriente era lo suficientemente seguro. Cinco minutos más tarde mi atención se centró en mi piel. He tenido varias urticarias en mi vida y reconozco ese picor en cuanto empieza. Y no, no me podía mover porque la media tonelada de agua caliente que tenía encima me impedía hasta pestañear. Se me hizo eterno el "ratito". Cuando volvió a entrar la jovencita se me saltaron dos lágrimas de alegría. Recordaré esas palabras toda la vida: "Ahora te vas a dar un bañito para retirar todo el chocolate." Yo del chocolate ni me acordaba, sólo quería que me quitase esa losa y salir corriendo. ¿Penetrar? A esa temperatura nos hemos aleado, bonita. Al empezar a retirar la cataplasma que se había formado comenzó a asomar el sarpullido que recorría todo mi cuerpo cual varicela florida. A la jovencita se le descompuso la cara (y probablemente algo más): "Ay madre mía, ¡mira cómo estás! Esto es la primera vez que me pasa." ("No me lo creo, ¿de veras no se ha muerto nadie ahí dentro querida?") Ante la insistencia de llamar a un médico intenté tranquilizarla diciéndole que yo lo era y que no me iba a morir (sólo necesitaba salir de allí y ducharme con agua fría lo antes posible).
    Mi marido todavía se está riendo de mi. Menos mal que la mala experiencia no me ha impedido seguir derritiéndome por un panchito helado en las tardes de verano.