En su mochila solo lleva tres cuadernos, una botella de agua y un bocadillo pequeño para el recreo, pero al colgársela en la espalda a él le empuja hacia la tierra como si fuera cargada de piedras. Arrastra los pies y agacha la cabeza. Se apaga un poquito cada día.
Todas las mañanas me llueven las preguntas. "¿Por qué tengo que ir todos los días?" "¿Por qué mandan tarea? ¿No les basta con tener allí a todos los niños castigados toda la mañana? ¿Nos tienen que invadir también las tardes?" "Si vivo así...¿cuándo tendré tiempo para mi?" "¿A quién se le ocurrió la idea de que así se aprende mejor?" "Dime una sola vez en tu vida en la que te haya sido útil la lista de los reyes de España."...
Todas las mañanas me quedo sin respuestas.
Su mirada azul se inunda de mar todas las mañanas. Esconde entre los bolsillos de su chaqueta algunos de sus juguetes, que tiene prohibido llevar, y yo hago que no me doy cuenta. Ese amuleto le hace sentir menos cautivo.
Percibí desde el primer día que sería así, salvaje.
Todos lo somos al nacer. Todos nos vemos forzados a dejar de serlo demasiado pronto. Estamos rodeados de niños que se tienen que comportar como adultos y adultos que esperan al fin de semana para poder desinhibirse como niños. Y nos parece normal.
Y al colgarle la mochila y al limpiarle las lágrimas me siento cómplice de una sociedad enferma que a mí tampoco me gusta. Y si dejo que mi instinto me guíe solo puedo abrazarle y darle la razón. Ojalá algún día perdone que yo no sepa ayudarle.
Confío en que nunca se rinda. Confío en que siga rebelándose y que nunca olvide lo que realmente le apasiona. Confío en que siga así, enseñándome tanto como ha hecho hasta ahora, todas las mañanas.